En esta fortaleza tuvo interés el rey de Portugal Afonso Henriques. Perteneció al monasterio de Celanova, le fue usurpado y posteriormente restituido tras el asesinato de dos niños que fueron enterrados en la iglesia de Sande.
Coordenadas
N 42º 14′ 44.2″ W 8º 05′ 30.1″
DESCRIPCIÓN
Aunque también supone un desvío en el camino, para completar la singular historia de las fortalezas ligadas al monasterio y a los tiempos de San Rosendo, no está de más una visita a lo que todavía resta de la torre del homenaje del castillo de Sande, situado –a decir de Benito de la Cueva en su “Celanova Ilustrada”- “entre los ríos Miño y Arnoya…

Aunque también supone un desvío en el camino, para completar la singular historia de las fortalezas ligadas al monasterio y a los tiempos de San Rosendo, no está de más una visita a lo que todavía resta de la torre del homenaje del castillo de Sande, situado –a decir de Benito de la Cueva en su “Celanova Ilustrada”- “entre los ríos Miño y Arnoya, en un llano fértil y ameno valle en el que se levanta una montaña igual por todas partes “. Según el propio Benito de la Cueva, este castillo formó parte de las propiedades del monasterio desde los tiempos de San Rosendo, “hasta que los infelices tiempos de la reina Doña Urraca” en que también lo perdió.
Después de diversos avatares semejantes a los del de Santa Cruz y que también atrajeron el interés del primer rey de Portugal, Alfonso Henriques, aunque con no buen resultado, la fortaleza y sus propiedades llegaron a manos un tal Ruy Fernández de Puga, que acabó reconociendo la propiedad del monasterio, si bien lo dejó como legado a sus hijos de 8 y 6 años, para los que nombró tutor a un cuñado suyo, que no sólo se hizo con el castillo, sino que acabó “derramando la sangre inocente de sus sobrinos y enterrolos en la iglesia de Sande”. García Miranda, que así se llamaba el asesino de los niños, se arrepintió y antes de morir acabó entregando la propiedad de nuevo al monasterio, cuyo abad recuperó la propiedad y mandó trasladar los cuerpos de los niños, y los colocó en el mismo sepulcro de piedra, pero “en el altar mayor de Celanova, al lado de la epístola”. (CI 207)